martes, 12 de julio de 2011

Crítica de Mariángeles Sanz para Luna Teatral (28/06/2011)




Laura De Weck es una joven dramaturga suiza cuya opera prima Gente favorita1, se estrenó en 2007, en el espacio del Theater Basel2. Pertenece a la denominada nueva generación teatral alemana, que trabaja sus textos con una problemática, que uno podría definir en un principio, atravesada por las variables de la globalización, en su idiosincrasia, en su estructura dramática y en el humor que envuelve y desarrollan sus personajes. La comunicación o la falta de la misma, y su sustitución a través de la tecnología, de la virtualidad, producen situaciones y tensiones que dan lugar a un juego de malentendidos que logran la risa del espectador, que seguramente se ve reflejado en alguna de las secuencias que las puestas desarrollan. La temática y su forma de escritura está relacionada con una generación que siente que en sus obras se tocan los temas que los acucian, en una sociedad súper comunicada, el desamparo absoluto, y la contradicción entre la viejas maneras de relacionarse, (la iglesia, la tradición matrimonial, la amistad) y los nuevos preceptos que inauguran otras que todavía no logran su objetivo, no están estabilizadas, ni legalizadas totalmente en el imaginario de todos. Es así, que el personaje, Urs-Peter, que va en busca de un amor, y viaja atravesando el mapa miles de kilómetros para encontrarse con una posibilidad que surge de la pantalla de su computadora, Selina, debe enfrentarse cuando arriba a una secuencia interminable de prejuicios, errores de comprensión, miradas extrañadas, reacciones incompresibles no sólo por la diferencia de idiomas, aunque ambos intenten comunicarse en inglés, sino porque parten de conceptos distintos que no construyen en el espacio “ahora”, un presente en común. La directora de la puesta Laura Brauer, asume un desafío doble con un texto que parte de una idiosincrasia diferente, en la traducción del mismo, de una lengua a otra, y en la traducción que se produce cuando el texto arriba al espacio escénico, y lo hace con talento, y acierto. El texto aborda una situación traumática con mucho humor, a la europea, pero la dirección logra imprimirle con las muy buenas actuaciones, un código reconocible y aceptado por un espectador muy otro, al que consigue hacer reír, y también reflexionar, porque lo visto amerita un pensamiento más allá del buen momento teatral. Nos guste o no estamos inmersos en un universo que comienza a tener reglas propias muchas veces alejadas de nuestra concepción. La paradoja se produce cuando intentamos con materiales diferentes construir una realidad conocida que nos aporte certidumbre y contención. En la puesta, lo escenográfico está distribuido, a través de mínimos elementos, un atril que sirve de apoyo a grandes paneles que imprimen el espacio / temporal de la secuencia, una silla plegable, que marca la diferencia entre la relación de los personajes con la naturaleza, bancos que van distribuyéndose según la funcionalidad de la trama, y permite que las acciones se desarrollen con fluidez, junto con el buen empleo de la luz, que pone en primer plano a los personajes, o los aleja de la mirada del espectador. El personaje que irrumpe como comodín, entre las acciones, y en su diálogo con la voz en off; el mismo que ya aparece en la sala interpelando al público, funciona como un vehículo de la disociación de los personajes, y agrega con su participación algo de la viveza criolla que nos caracteriza. La rigidez en los cuerpos, acentúa la falta de conexión entre ellos, marcada por las diferencias de lenguas; la gestualidad, exasperada en algunos momentos para lograr una reacción imposible en el otro, produce el efecto buscado, dar el tono grotesco de las situaciones, en el límite pero sin llegar al desborde. Todos los elementos apuntan a la crítica de la hipocresía social, del ocultamiento de quienes somos en realidad, de la necesidad de ser queridos, vendiendo una imagen de fantasía en el mundo virtual que produce Internet, sin poder luego en la realidad sostener nuestra propia máscara. Pero también, apunta a una mirada desangelada de las instituciones como la sacralidad de la iglesia, de sus preceptos incorruptibles, y de cómo estos son ignorados para seguir el recorrido de nuestro deseo. Por otra parte, la pregunta que deja abierta es, ¿qué debemos hacer cuando esos preceptos no dan respuestas a nuestra realidad, qué es necesario hacer entonces para no traicionarnos a nosotros mismos? Interrogantes posibles, en una época donde los discursos que construían certezas han perdido su fuerza, y sólo son construcciones vacías de sentido. Sociedad y mandato en dos universos diferentes, contradictorios y emblemáticos de nuestra era; choque de culturas que la tecnología une sin comprender. El viejo dilema de ser y parecer, parece actualizado en un presente donde el miedo a la soledad, la más terrible, aquella que se produce a pesar de estar rodeado de gente, de voces, y cosas, es un hecho habitual. Amar y ser amados es una premisa que Laura De Weck tiene presente en sus textos, en un contexto mundial donde todo se convierte en mercancía, y los valores se pierden en algún link de la computadora. Andarivel Teatro se anima a un texto difícil, pero el resultado es muy prometedor

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